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Actividad del volcán Yellowstone: las 3 señales de alerta que los geólogos vigilan de cerca este mes.

Científicos analizan datos en monitores en una oficina con vista a un géiser y campo geotérmico al fondo.

Si te paras en la pasarela de Yellowstone y miras a una piscina humeante, es muy difícil relacionar esa escena tranquila con la palabra "supervolcán". El agua burbujea, un turista deja caer un helado, un cuervo salta buscando migas. Se siente frágil y ligeramente ridículo al mismo tiempo, como si la naturaleza y los humanos improvisaran la misma canción esperando no chocar. Y sin embargo, en algún lugar profundo bajo tus pies, una cámara de magma caliente y presurizado se mueve silenciosamente, respira y cambia a un ritmo temporal que en su mayoría fingimos que no existe.

Pasamos de largo los titulares sobre Yellowstone "estallando" como ignoramos las etiquetas de advertencia de la batería del móvil. Sabemos que es real, pero no real para nosotros, no hoy. Y aun así, cada mes, un pequeño grupo de geólogos vigila este lugar con la intensidad de quienes siguen un monitor cardíaco en una sala de hospital. Este mes, observan tres señales de advertencia un poco más de cerca de lo habitual, y la historia que hay detrás es a la vez tranquilizadora e inquietantemente íntima.

El gigante dormido bajo las postales

Yellowstone se vende al mundo como unas vacaciones familiares: atascos de bisontes, el Old Faithful, mil selfies frente a algo burbujeante y ligeramente peligroso. Debajo de eso, literalmente, se encuentra uno de los sistemas volcánicos más poderosos del planeta. Ha entrado en erupción tres veces en los últimos 2,1 millones de años a una escala realmente aterradora, lanzando cenizas por todo un continente. La expresión “supererupción” no es solo un gancho de titulares; es una categoría geológica, y Yellowstone pertenece a ella.

Sin embargo, la mayoría de los días, no parece un monstruo. Parece una casa vieja y desvencijada que silba, gime y gotea agua caliente en lugares aleatorios. El suelo sube y baja unos centímetros a lo largo de los años. El vapor se filtra por nuevas grietas, los manantiales cambian de color, géiseres dormidos durante décadas de repente despiertan. Eso es lo normal aquí. El reto para los científicos es saber cuándo lo “extrañamente normal” cruza silenciosamente la frontera hacia el territorio de "presta atención ahora".

Seamos sinceros: casi nadie consulta los informes semanales de vigilancia de Yellowstone, a menos que algún titular grite “¿ESTÁ A PUNTO DE ERUPCIONAR EL SUPERVOLCÁN?”. Los geólogos sí. No porque estén doom-scrolling como el resto de nosotros, sino porque esos números lentos y aburridos –milímetros, microterremotos, partes por millón de gases– son lo más parecido que tenemos a escuchar cómo respira este gigante enterrado. Este mes, están sintonizados con tres frecuencias en particular.

Señal de advertencia 1: el enjambre de pequeños terremotos

Si imaginas un supervolcán despertándose con un solo y dramático terremoto gigante, Yellowstone te decepcionará. Se comunica en enjambres. Decenas, a veces cientos, de pequeños seísmos –la mayoría demasiado débiles para que los visitantes los perciban– retumban bajo el parque en cuestión de horas o días. En un sismograma, parece menos una preparación hollywoodiense y más como interferencias en una radio antigua, inquietas y nerviosas.

Cuando los temblores son “normales”

Yellowstone suele experimentar entre 1.500 y 2.500 terremotos al año. Ese es el zumbido de base de una corteza caliente y fracturada tironeada por magma y aguas subterráneas en movimiento. El USGS tiene sismómetros repartidos por el parque como micrófonos en un escenario de conciertos, escuchando cada crujido y estallido. Algunos meses son tranquilos, otros experimentan picos, y los geólogos se encogen de hombros y dicen, sí, el volcán sigue vivo, sigue moviéndose, sigue siendo él mismo.

Lo que observan este mes no es la existencia de los seísmos en sí, sino cómo se agrupan. Un enjambre concentrado en una zona. Cambios de profundidad a lo largo de varios días. El patrón de los temblores, como un batería cambiando de ritmo a media canción. Los enjambres de terremotos pueden significar que el magma está forzando su camino por nuevas grietas, o que el agua caliente está abriéndose paso por la roca; ambas forman parte del sistema vivo, ninguna significa “corre al coche”. Pero ciertas combinaciones –más terremotos, menor profundidad, duración mayor– sí harían que se alzasen las cejas en los centros de vigilancia muy rápidamente.

El momento de la verdad tras los sismogramas

Hay una sinceridad discreta que los geólogos confiesan fuera de cámara: incluso con todos los datos, siguen aprendiendo a leer los estados de ánimo de Yellowstone. El parque ha lanzado grandes enjambres sísmicos en años en que no ocurrió nada dramático después, y apenas ha murmurado en otros. Patrones que parecían amenazantes inicialmente resultaron estar relacionados principalmente con el agua, no con el magma. Esa es la incómoda verdad de un sistema que opera en escalas de tiempo mayores que nuestra capacidad de atención.

Y aun así, esos pequeños temblores importan. Son la manera más inmediata en que el volcán libera tensión, o muestra que la presión está cambiando abajo. Si pudieras quedarte a solas en una cabaña oscura en Yellowstone y de alguna forma oyeras esos seísmos como sonido, sería como la lluvia sobre un tejado de hojalata: constante, a veces más fuerte, a veces más ligera. Este mes, los científicos escuchan con más atención de lo habitual esa “lluvia”, atentos por si se convierte en tamborileo.

Señal de advertencia 2: el suelo se eleva y desciende silenciosamente

Todos hemos vivido ese momento al mirar una foto antigua nuestra y pensar: "¿Cuándo ha empezado a cambiarme así la cara?" Yellowstone tiene su propia versión con el suelo. Toda la caldera –ese enorme y sutil cuenco dejado por erupciones pasadas– se infla y desinfla lentamente, como el pecho de alguien dormido. Los movimientos son lentos y pequeños, medidos en milímetros al año, pero en una superficie del tamaño de un pequeño país, son cualquier cosa menos triviales.

Ver respirar a un volcán a cámara lenta

Los geólogos no lo miran a ojo; usan estaciones GPS perforadas en la roca y satélites que rebotan señales en la superficie terrestre. A lo largo de meses y años, han visto zonas de Yellowstone elevarse de 7 a 10 centímetros, y luego volver a descender. A veces el centro sube mientras los bordes bajan. A veces el patrón se invierte. Es una coreografía compleja impulsada por el movimiento del magma, los fluidos hidrotermales y las tensiones cambiantes de la corteza.

Este mes, la atención está puesta en aceleraciones sutiles. ¿Hay zonas concretas –como cerca de la Norris Geyser Basin o la caldera central– que se elevan un poco más deprisa que la media de varios años? ¿Un hundimiento lento se ha detenido o revertido de repente? Esas son las preguntas que convierten una gráfica rutinaria en motivo de reunión en el Observatorio del Volcán Yellowstone. Un único pico ascendente no significa mucho; un cambio sostenido sí.

Cuando el “abombamiento” se convierte en titular

Cada pocos años aparece un estudio con una línea tipo “Yellowstone se eleva más rápido que antes” y el internet enloquece durante 48 horas. La realidad sobre el terreno no corresponde con ese pánico. En décadas pasadas, algunas partes de la caldera se elevaron más de 20 centímetros durante varios años y luego se relajaron, sin erupción alguna. Es como el volcán dándose la vuelta en la cama, no levantándose de un salto.

Eso no hace insignificantes las mediciones. Son una de las señales de advertencia clave de que el magma o los fluidos presurizados se están acumulando a poca profundidad. Si el suelo comenzara a levantarse mucho más rápido, en un área más grande, y coincidiera con enjambres sísmicos más intensos, la conversación sería otra. Por ahora, los geólogos se encuentran entre relajados y alerta, como te sentirías al conducir por una carretera de montaña familiar y notar que una llovizna se convierte en lluvia de verdad.

Señal de advertencia 3: el aliento del volcán: gases y calor

Si quieres sentir el poder de Yellowstone en tu nariz, no solo en tu cabeza, acércate a una fumarola en una mañana fría. El olor a azufre –ese aire a huevo podrido– viene directamente del inframundo. El vapor caliente se arremolina en torno a tus zapatos, las gafas se te empañan y puedes oír el agua hirviendo a unos metros bajo tus pies. Es dramático, pero también es dato. Los gases que expulsan estas grietas traen pistas de lo que sucede a mayor profundidad.

Dióxido de carbono, azufre y una cocina oculta

Las emisiones de gases en Yellowstone son principalmente vapor de agua, pero mezcladas van dióxido de carbono, dióxido de azufre y otros productos químicos volcánicos. Los científicos los miden tanto directamente, recorriendo el terreno con equipos, como a distancia, usando sensores aéreos y datos satelitales. Cambios en la proporción de gases pueden indicar que magma fresco asciende y libera más azufre, o que los caminos del gas entre las rocas se abren y cierran.

Este mes, la atención está en varios grupos de elementos termales que se han mostrado algo más calientes y activos. Nada de titulares llamativos, más bien como darse cuenta de que el fuego de la cocina está un poco más alto. Ligeros incrementos del CO₂ aquí, cambios leves en el azufre allá. Por sí solos siguen en el amplio rango del caótico “normal” de Yellowstone; pero si coinciden con movimientos del suelo y terremotos, empiezan a pintar un cuadro.

Uno de los científicos del USGS alguna vez describió el sistema hidrotermal de Yellowstone como “la fontanería con goteras sobre el magma”. Es una red imperfecta y chirriante de grietas, tuberías y depósitos en ebullición que puede reorganizarse de la noche a la mañana. Una nueva grieta puede abrirse, un antiguo manantial morir. El verdadero escenario inquietante sería ver que las emisiones de gases se disparan en toda una zona al mismo tiempo que el suelo se eleva y los enjambres de terremotos son más superficiales que antes. Es entonces cuando la fontanería te avisa de que la olla a presión de abajo hace algo inusual.

Vivir con un supervolcán de fondo

Hay una extraña dualidad en nuestra relación con Yellowstone. Por un lado, es el destino de unas vacaciones deseadas, un lugar para ver alces al atardecer y vapor azul levantándose en la fresca mañana. Por otro, recuerda que vivimos en un planeta cuya corteza es más delgada y frágil de lo que sugiere nuestra rutina diaria. Los geólogos viven siempre en esa tensión. Pasan de contestar las preguntas de los turistas sobre géiseres a contemplar gráficas que quizás, sólo quizás, contengan los primeros indicios de una crisis.

La parte tranquilizadora -y esto rara vez aparece en los virales- es que Yellowstone es uno de los sistemas volcánicos más vigilados del mundo. Hay sismómetros, estaciones GPS, sensores de gases, cámaras térmicas, satélites y un pequeño ejército de personas que no piensan en nada más durante toda su jornada. Si las tres señales de advertencia que vigilan este mes cambiasen bruscamente en la misma dirección preocupante, saltarían las alarmas en más de un despacho. No porque una gran erupción sea segura, sino porque el nivel de riesgo habrá cambiado.

La parte incómoda es que la ciencia puede reducir la incertidumbre, pero no puede eliminarla. No existe una app perfecta que pite cuando un supervolcán pasa del murmullo de fondo a un peligro real. Lo mejor que tenemos es una mezcla complicada de reconocimiento de patrones, geología histórica, física y la experiencia de quienes han visto comportarse mal a volcanes en otros lugares del mundo. Saben que no toda señal equivale a desastre, y que no todo desastre da la advertencia clara y de manual que desearíamos.

La pregunta que realmente hacemos

Si somos sinceros, cuando pinchamos en un titular sobre Yellowstone, no estamos preguntando "¿cuáles son las tres señales que vigilan los geólogos?". Preguntamos: “¿Está mi mundo a punto de cambiar de una forma que no puedo controlar?”. Ese miedo es ancestral. Los seres humanos han visto montañas humeantes y temblorosas desde que contamos historias alrededor del fuego. Yellowstone es solo la versión del siglo XXI, con mejor wifi y más sensores.

Ahora mismo, la respuesta de quienes están más cerca de los datos es a la vez tranquila y seria. El volcán está inquieto, porque siempre lo ha estado. Las tres señales de advertencia -enjambres sísmicos, deformación del terreno y cambios de gas y calor- laten todas dentro de lo que ya se ha observado antes. Sin picos bruscos y coordinados. Sin pasar de ruido de fondo a alarma estridente. Solo un gigante dormido acomodándose bajo un parque lleno de coches de alquiler y mantas de picnic.

Aun así, hay una extraña y reconfortante sensación de saber lo que los geólogos vigilan, mes tras mes. Saca la historia del mito y la acerca a algo tangible: una gráfica en una pantalla luminosa, un científico frotándose los ojos a las 2 de la madrugada, un discreto “hmm” cuando una línea se curva un poco más de lo esperado. En algún lugar, ahora mismo, alguien está escuchando la respiración de Yellowstone para que el resto podamos seguir fingiendo que el suelo bajo nuestros pies es sólido para siempre. Y ese silencioso acto de atención puede ser la señal de advertencia más humana de todas.

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